2. pag 4. Carretera comarcal hacia la tienda de discos.



Llegamos a El Corte Inglés con éxito. Tampoco era difícil, lo asumo. Y una vez allí, con mis calcetines azules con dos rayas amarillas, envuelto en fuxia y con la cara llena de granos estaba perdidísimo. Mi mejor amigo tampoco estaba mejor. Dimos unas vueltas por la planta baja hasta cerciorarnos de que nos habíamos perdido. Sacamos una conclusión positiva: los discos no estaban allí. Veíamos unas escaleras mecánicas a las que no les teníamos ningún miedo como aparato o herramienta que facilitaba el acceso a una planta superior o inferior. Sin embargo, sí le teníamos cierto miedo a subir a otra planta porque sospechábamos que nos íbamos a perder más todavía.

Me imagino que ahí llegaría otra sucesión de discusiones y amagos de discusión. Varios “tú eres tonto chaval” y varios “pregunta tú”. A mí me entraría la sensatez, no me imagino a mi mejor amigo preguntando nada en 1991 por mucho que a día de hoy se le dé muchísimo mejor que a mí el tema de la comunicación social, y supongo que acabé preguntando por los discos. Mi cabeza registró un diálogo semejante al que escribo a continuación. Es más, me jugaría todo el dinero que tengo, que no es mucho, a que, en caso de poder comprobarse, la conversación fue exactamente así:

- ¿Aquí no hay discos?
- Discos en la primera planta.
- ¿Y cintas?
- Discos y cintas en la primera planta.
- ¿Esta no es la primera planta?
- No, esta es la planta baja. La primera planta está arriba.
- Sí, pero esa sería la segunda planta.
- La segunda planta es la siguiente.
- Vale.

Bien, ni mi mejor amigo ni yo sabíamos que la planta baja no era la primera planta. Básicamente porque en nuestro vocabulario todavía no figuraba aquello de planta baja. No éramos muy deductivos, desde luego que no. Para nosotros existía el portal, las escaleras y de ahí, al primer piso. Pero lo de planta baja no lo habíamos escuchado nunca. Jamás. Si el portal y el primer piso estaban a la misma altura, para nosotros aquello era, directamente, el primer piso.

Nos soltamos varias decenas de “Tú eres tonto chaval”. Puede que cientos. Hasta que aún siendo conscientes del riesgo de perdernos decidimos subir las escaleras en busca de la que a partir de aquel día pasó a ser la primera planta. Una vez arriba empezamos con el mismo numerito como si fuéramos un dúo cómico de los que abundaban en las televisiones. Trazamos un plan que parecía infalible: acordamos andar de aquí para allá hasta que aparecieran los discos, las cintas y los discos compactos, un universo que era casi tan desconocido para nosotros como las plantas bajas de este mundo. De hecho, yo apenas había visto discos de vinilo y todo mi conocimiento sobre los cedés se basaba en una explicación de mi madre en la que había descrito “unos discos pequeñitos de platino que vendían en El Corte Inglés”.

No sé qué estuvo haciendo mi mejor amigo durante aquel periodo de tiempo que precedió a volver a preguntar por la cinta original del Use Your Illusion II, de Guns N’ Roses. Pero sí sé lo que yo hice: levitar. Recuerdo que durante aquella primera visita a algo parecido a una tienda de discos fiché mentalmente diferentes cedés que acabé comprando a lo largo de los siguientes dos años. Incluso alguno que quedará reflejado hasta el final de los días en mi memoria porque quería tenerlo pero siempre encontraba cosas mejores que adquirir.

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