4. PAGINA 4. El camino ha sido repetido.




Llegaron las cinco y ya estábamos sentados en la puerta de la tienda. Llegó el dueño, le dejamos abrir y según abría la puerta lo abordamos para saber si ya tenía la cinta. Nos dijo que no, que debía llegar a lo largo de la tarde. Montamos en cólera. Algunos más que otros, también es cierto. Mis intereses estaban allí. Los de mis mejores amigos no necesariamente. Ellos querían volver pronto al barrio para jugar un partido de fútbol en una especie de cancha que teníamos. Yo también lo pretendía pero quería tener la cinta en propiedad. Es más, estaba seguro que con la cinta en nuestras manos les daría igual si jugar a fútbol o no.

Seguimos con nuestra estrategia favorita de insultarnos y sentarnos en cualquier lado para ver pasar el tiempo. En uno de los viajes al escaparate de Purple el cedé y la cinta ya estaban colocados en un lugar preferente. Si el corazón nos dio un vuelco o no supongo que ya únicamente no estaba relacionado con la ilusión que teníamos puesta en aquel nuevo trabajo discográfico de Su Ta Gar. La espera había sido larga y, en cierto modo, costosa. Lograr aquella cinta se había convertido en una cabezonería para nosotros cuatro. Y a cabezones no convenía tenernos enfrente.

Había llegado el momento más complicado. El de pagar. Seguíamos sin ser conscientes de lo que podía ocurrirnos. Al fin y al cabo, lo que habíamos hecho había sido montarnos una película sobre lo que costaba la cinta pero en ningún caso nos habíamos interesado por su precio real. Un poco escondiendo la cabeza debajo de la manta, el siguiente paso fue entrar y pedirla. Así que el dueño de la tienda fue a la trastienda y volvió con un ejemplar en casete original del Hortzak Estuturik, de Su Ta Gar, perfectamente envuelto en un pulcro plástico y con una etiqueta en la que ponía el precio. Con cierta habilidad y frialdad ante el posible desastre que se nos venía encima, puse todo nuestro dinero sobre la mesa en el mismo momento en el que el dueño hacía lo propio con la cinta. Al menos yo no quería mirar el precio, supongo que mis mejores amigos estaban pasando absolutamente de todo, como de costumbre. Así que el dueño dijo el precio en alto (no nos llegaba por unas trescientas pesetas) y a mí se me nubló la periferia de mi campo de visión pero todavía pude contenerme para que no se me nublase por completo. Comenzó a contar el dinero y llegamos a donde era presumible que teníamos que llegar.

   - No llega. Os faltan trescientas pelas. Tenéis 1345 y la cinta cuesta 1650.
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