4. PAGINA 3. El camino ha sido repetido.





¿Qué tenía Purple Diskoak de especial? Supongo que nada aparte de que estaba a cinco kilómetros de mi casa, en el pueblo de al lado. Lo que para mí era equivalente a que estuviese en mi pueblo aunque recorrer aquellos cinco kilómetros fuese todo un mundo para un mocoso como yo. La entrada era preciosa o, al menos, así la recuerdo. Pintada de negro con un pequeño escaparate a la izquierda y la puerta a la derecha. Con una elegante marquesina negra de vinilo y las letras que conformaban un visible Purple Diskoak lógicamente en púrpura. Dentro quiero recordar o quiero creer que el suelo era de baldosas blancas y negras dispuestas como un tablero de ajedrez. Un rollo Lynch que igual no es más que una mala pasada de mi subconsciente. El tipo que regentaba la tienda, tenía pinta de ser suya, era calvo y siempre tenía sonando algo que me parecía la hostia. Siempre entendí que Purple venía de Deep Purple, con lo cual, aunque a mí realmente nunca me ha gustado demasiado Deep Purple, lo convertía en mi casa porque Deep Purple para mí eran heavys y yo estaba allí por el heavy. Las baldas metálicas, las jaulas, estaban dispuestas a los lados. No recuerdo que hubiese vinilos pero es probable que los hubiese. Y junto a la puerta había una vitrina en la que había discos en directo, ediciones especiales y discos multiventas para que fuesen más visibles. En las paredes había posters, fotos y parches de U2, Metallica, Guns N’ Roses y Judas Priest. Y un reloj hecho con un picture disc del single de Iron Maiden de “Can I Play with Madness”.

Bien. Era el día d. Habíamos llegado a la tienda. No se nos pasaba por la cabeza otro escenario que no fuese que la cinta estuviese allí, en el escaparate. En nuestro mundo, si en el periódico ponía que iba a estar, iba a estar. Pero no estaba. Nos alarmamos pero no tanto. Era el primer día, eran las 11 de la mañana y era probable que todavía estuviese dentro a la espera de que la pusieran en el escaparate. Así que comenzó un intenso debate repleto de insultos para decidir quién tenía que entrar a preguntar por la cinta. Como aquel tipo de situaciones no eran más que una especie de partida de Monopoly para demostrarle a los otros tres quién era más hijo de puta y más retorcido, yo, aunque estaba deseando entrar, me empeñé en que entrase otro. Y al final entró otro. Y no, no estaba. Tenía que haber llegado porque habían pedido unas cuantas pero como pronto llegarían después de comer. Esa fue toda la información que aportó uno de mis tres mejores amigos cuando salió de la tienda. No preguntó el precio ni siquiera qué demonios era aquello de después de comer. Porque ya adelanto que en nuestra privilegiada mente de quinceañeros de pueblo, si te decían que algo iba a ocurrir después de comer, la clave estaba en comer antes o después para adelantar o retrasar el acontecimiento según las necesidades o los intereses.

Así que volvimos, a dedo a casa y comimos lo más rápido que pudimos. Supongo que para las 13:30 estábamos de nuevo en la calle, para descanso de nuestros progenitores, pensando en cómo volver a Amorebieta. Y volvimos a hacerlo vía autostop. Nos tiramos una tres horas vagando por las calles del pueblo vecino, sentados en bancos y acudiendo cada poco tiempo a la puerta de la tienda de Purple Diskoak para ver si habían abierto. Realmente, no creo que fuésemos tan torpes. Si alguno de los cuatro se hubiese jugado algo, un castigo serio, hubiese deducido que la tienda tendría un horario y que no tenía sentido alguno presentarse antes de las cinco de la tarde. Pero con quince años tienes varios activos muy importantes a tu favor: tienes todo el puto tiempo del universo a tus pies y un culo muy duro y resistente que te permite estar sentado en el suelo, en un portal, en un banco de un parque, durante horas, días y semanas.


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