PAG.2 NO ES OTRA ESTÚPIDA PELÍCULA YANKEE


Fundido en negro que se supone que dará comienzo a la película y le damos al botón de pausa o directamente al stop. Molaría que esto se hiciera en un vídeo VHS, Beta sería mucho pedir y ya en 1991 prácticamente nadie conservaba uno en casa. Pero soy consciente de que se hará como mucho en un reproductor de DVD y seguramente en un ordenador personal. Mentalmente, se entiende.

En este momento de pausa, de transición en la lectura de este manuscrito, le pido al lector que analice lo que hemos visto. La típica película yankee de instituto con ciertas anomalías, dirá alguien. Bien, digo yo. Anomalías enumeradas de la siguiente forma: los alumnos no visten como si fuesen yankees, son más heavys que una lluvia de hachas en el infierno y ¡¿Qué pinta Su Ta Gar en todo esto?!

Bueno, es que no es una película yankee. He utilizado el título porque necesitaba poner al lector en canción. Empujarle a que vea las cosas más o menos como yo las recuerdo. Y juro que las recuerdo así. Llegar al instituto, sobre todo las primeras semanas, era básicamente pasar vergüenza por existir durante todo el día lectivo y pasar vergüenza por no conocer a Poison, Negu Gorriak o Possessed, durante los cinco minutos antes de entrar a la primera clase, el recreo y los instantes que precedían al viaje de vuelta a casa.

En mis recuerdos todo era heavy metal incluso partiendo de la base de que realmente ni cristo era o parecía un heavy al uso. Estaba claro que mis conceptos musicales y sociales no estaban demasiado desarrollados pero es que mi edad y mi procedencia ayudaban al no desarrollo.

Lemoa, Arratia. Que dirían los yankees. Y el instituto era el Arratia Institutua de Igorre, Arratia. Todo era Arratia y todo era heavy metal. Dos términos contrapuestos en cierto modo. La estridencia no estaba tolerada en nuestra sociedad. En parte, yo creo que a día de hoy sigue defenestrada. Lo curioso es que aun reconociendo y no compartiendo ese oscuro odio hacia la diferencia, jamás he sentido la necesidad de alejarme de Arratia.

El instituto era un microclima que definía muy bien nuestra sociedad. Desconozco si lo sigue haciendo aunque apostaría a que sí. La vergüenza, como ya he dicho y repetiré hasta la saciedad, era la principal característica que nos movía. Nadie, aparentemente, quería destacar salvo en “cosas buenas” como las notas o los deportes. Fuera de eso, te arriesgabas a dar la nota, a ser el centro de atención. Y eso raramente era para bien aunque siempre ha existido gente con la notable habilidad de llamar la atención constantemente sacando notables réditos de su constante sobre exposición.

Mis cuatro años y medio en el Arratia Institutoa fueron una competición continua y constante en busca de la invisibilidad mayúscula. Pasar desapercibido era fácil. Pero más increiblemente fácil era dar el cante. El control social era tan brutal que salirse de él era fácil. Bastaba con reírse alto en clase un día o saltar desde el cuarto escalón hasta el último y meter ruido con las suelas de las zapatillas al caer. Las miradas inquisitivas no se hacían esperar.

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