PAG 3. NO ES OTRA ESTÚPIDA PELÍCULA YANKEE.




Curiosamente, culturalmente, no éramos tan amish. Mis recuerdos más fiables me dicen que el rock campaba a sus anchas. Para que los más jóvenes que lean este libro lo entiendan, diré que mi instituto era una especie de continente educativo en el que el intercambio de archivos musicales entre pares estaba altamente desarrollado. Se sustituye la palabra archivo musical por soportes físicos para la reproducción analógica tales como el vinilo, el compacto o la cinta y ya tenemos una buena muestra de a donde quiero llegar en el arranque de este primer capítulo.

Mi recuerdo del instituto es que directamente era una red de P2P. Una especie de emule en el que el contacto no era vía internet si no físico y no había ni servidores ni redes virtuales ni archivos efímeros. Había personas que se reunían en un entorno y que aprovechaban la infraestructura resultante para construir una red de intercambio de elementos preferentemente relacionados con la cultura. Aunque supongo que también se aprovecharía la infraestructura resultante para la compraventa de drogas, para ligar y para darse de bruces con la realidad.

Ciñéndome a lo de la cultura, en aquella época, mucho antes de que llegasen los teléfonos móviles, internet, Zara y demás elementos que han diversificado de una forma ridícula el gasto en ocio, para un chaval de entre 14 y 18 años, la cultura era música. Y seguramente, música rock. Lo que en la Euskal Herria rural o euskaldun equivalía a rock eminentemente duro y descarnado, de arraigo punk y con una fuerte actitud contestataria y filosofía activista.

Si juntabas en el mismo edificio a un puñado de chavales con cierta inquietud cultural lo más probable era que surgiese el intercambio de material. Aunque el rock era la base de aquella red de intercambio, por los pasillos de nuestros institutos, por la fibra óptica de nuestro tiempo, también corrían cintas de vídeo VHS y libros.

A menudo, cuando se habla de pirateo e internet, un tema que peligrosamente lleva terreno de ser un tema candente durante más de una década, se describe la situación actual como algo nuevo que antes no ocurría. Pero ocurría. El problema, el ente que limitaba el ejercicio del intercambio era el formato físico y analógico que se manejaba por aquel entonces. Las cintas de casete y los discos de vinilo no permitían que la música viajase mucho más allá del instituto o el bar en el que uno estaba afiliado para los primeros tragos de alcohol. Posteriormente, internet depuró la fórmula que todos inconscientemente habíamos descubierto a lo largo de varias décadas en todos los institutos occidentales del planeta: juntó a muchísima gente en unos pasillos enormes para que pudieran intercambiar sus cintas de una forma más efectiva.

No veo muchas diferencias entre nuestro P2P casual de 1991 o el que surgió con Napster y se depuró cuando emule y otros programas similares prescindieron de los servidores directos. Sí que hay una y es clara: nosotros, yo, éramos cándidos. El ánimo de lucro no existía ni era necesario planteárselo. Es más, nuestra candidez y nuestra falta de conocimientos nos hacía tener menos prejuicios. Pese a la vergüenza que nos daba prácticamente cualquier cosa.

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