4 LOQUILLO Y TROGLODITAS Los años convulsos (1981-2008)


El directo. Velocidad de vértigo. Lo que algunos consideran embarullado, poco pulido y atropellado, es para mí el mejor disco en directo de la historia del rock español. Objetivamente, el disco es una referencia de su época, con más de 300.000 copias vendidas y arrasando en radios y listas de éxitos. Se escogen las canciones por bloques, coincidiendo con las cuatro caras del doble vinilo: en la cara A aparecen canciones más enérgicas, dejando para la B los temas más íntimos, las más guitarreras están en la C y dejan para la cara D los temas más clásicos. Y ESTO, señores, es un CLÁSICO.


La mejora respecto de las tomas en estudio es más que notable. Es un auténtico festival de electricidad. “Carne para Linda”, “La policía”, “Chanel, Cocaína y Dom Perignon”, “Quiero un camión”, “La mala reputación”, la inolvidable “La mataré” (con la mítica intro de “¡ahí tus huevos, Vila!”, en homenaje al que para mí es el mejor batería de la historia del rock español, Jordi Vila), la legendaria “Autopista” (insisto, menuda toma), “Rock Suave”, “Ritmo del garaje”, “Todo el mundo ama a Isabel”, “En las calles de Madrid” y “Cadillac Solitario” son los momentos más destacados. Las únicas tomas de estudio de los temas clásicos de Loquillo que me gustan más que las recogidas en el doble directo son “R’n’r star”, “Besos robados” y “El rompeolas”. El sonido es crudo y sucio, la banda suena ensamblada como un ejército de hunos, y Tacker se prueba como un solista de altura. Loquillo es un chulazo, canta como nunca hasta entonces y, sí, la portada muestra a la que era “nuestra” banda de rock and roll, como cantaba el Loco en “Ritmo del garaje”: ¡Los Trogloditas!

La versión en directo de “Cadillac Solitario” llega al número 1 de las listas. Forman parte del imaginario musical de la época los desgarradores “¡Nena!” que Loquillo aúlla desesperado en la parte final del tema, y las ventas del disco se disparan hasta convertirlo en el directo más vendido de la historia del rock español.





En la cima de su popularidad, Los Trogloditas se embarcan en una larguísima gira, llenando recintos, bolsillos y orificios nasales. Su concierto en el Rocódromo de Madrid es una orgía de chulería y mandíbulas desbocadas. Son más de 120 conciertos en un año hasta que Loquillo dice basta, cancela todo y cambia de manager. Lo cuenta con gracia en el documental, cuando un viejo amigo le ve tras un concierto y le dice “Eh tío, tu manager lleva un descapotable y tú estás hecho una mierda”. Entra Gay Mercader, un histórico del rock español cuya peor experiencia en unas negociaciones como promotor consiste en haber tenido que soportar que Axl Rose y Doug Goldstein le tratasen como a un comerciante del Siglo XIV en la por entonces pujante Medina del Campo, con Axl sentado en el suelo de su despacho sin hacerle ni caso. Mercader intenta poner un poco de orden y consolidar el liderazgo de Loquillo, poniendo a trabajar a Los Trogloditas en la dirección que marca su espigado cantante, y peleándose con la discográfica para lograr algo de estabilidad.

Para el siguiente disco entra en el estudio una persona fundamental en los años venideros, el auténtico responsable de la reconversión de Loquillo: Gabriel Sopeña, un músico, poeta y catedrático universitario aragonés de historia antigua, que llega a la vida de Loquillo cuando el técnico de sonido del grupo y ayudante en tareas de producción, Iñaki Altolaguirre, le hace llegar a Loquillo una grabación de Sopeña. En “Loquillo: Leyenda Urbana”, Sopeña cuenta que al llegar al estudio se encuentra con una banda desquiciada. Lo que había en aquella época era básicamente una pandilla de drogadictos descontrolados, que le trataron como a un sospechoso, y él a cambio les regaló la canción que cambió la historia de los Trogloditas. El tema se llamaba “Brillar y brillar”, una gran canción de country rock a lo Waylon Jennings, donde Loquillo encuentra exactamente el tipo de composición que estaba buscando. No era muy diferente de “El rompeolas”, era peor en cualquier caso, pero era un tema que muy posiblemente Sabino Méndez ya no era capaz de componer en 1991. Loquillo la incluye en su siguiente disco, comenzando una colaboración que ya no dejará de repetirse, y que ha marcado gran parte de su producción musical en las dos últimas décadas.



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